FÉLIX NAVARRO PÉREZ / FERNANDO DE ESCONDRILLAS. 1900. MIGUEL SERVET, 123
El mar en Zaragoza
La primera gran obra de la arquitectura zaragozana del siglo XX puede considerarse, paradójicamente, como una construcción ajena a la ciudad. Fue el naviero vasco afincado en Liverpool Miguel de Larrinaga, casado con la zaragozana Asunción Clavero (de ahí que el nombre inicial del edificio fuera “Villa Asunción”), quien encargó el proyecto de este gran inmueble con el objeto, posteriormente frustrado, de convertirlo en residencia familiar tras abandonar los negocios.
Por su volumen construido y por su diseño, el palacio de Larrinaga entronca más con la denominada “arquitectura de indianos” que con la tradición constructiva local. En la Zaragoza coetánea no había precedentes de una vivienda unifamiliar exenta de tales dimensiones, y menos aún con la riqueza materiales y la vistosidad con las que se diseñó el palacio.
Y sin embargo fue un arquitecto local, Félix Navarro Pérez, quien se encargó del plan inicial. La elección fue acertada teniendo en cuenta que Navarro era, dentro de la nómina de profesionales de la época en la ciudad, el más cosmopolita e imaginativo, dos cualidades que encajaban en los valores requeridos por el proyecto.
Un edificio espectacular y suntuoso
El palacio de Larrrinaga, junto a la carretera de Castellón y situado en su momento en el interior de una enorme finca, es un inmueble de planta cuadrada y cuatro pisos de altura, que distribuye sus estancias en torno a un patio cubierto. Exteriormente, cada esquina se resuelve en un airoso torreón.
El conjunto del edificio está ejecutado con materiales de gran calidad, desde la piedra de Calatorao y Floresta, que se combina en las fachadas con el ladrillo y los elementos cerámicos, hasta los mármoles y parqués de maderas preciosas del interior.
Lo más sobresaliente del conjunto es la magnífica fachada principal, concebida como una doble galería de arcos, rebajados en la inferior y de medio punto en la superior. Toda ella está decorada mediante motivos originales relacionados tanto con el mar como con la propia compañía naviera de los Larrinaga, ejecutados por el escultor zaragozano Carlos Palao. Remata la fachada un gran tarjetón cerámico con decoración figurada alegórica del comercio marítimo.
Pese a su espectacularidad, el edificio construido por Félix Navarro no debió responder a los deseos del cliente por lo que en 1918, el arquitecto madrileño Fernando de Escondrillas lo modificó en profundidad, sobre todo en sus niveles superiores. En el exterior, la reforma implicó la modificación del tramo superior de los torreones y la sustitución completa del cimborrio que cubre el patio central, que pasó a ser de planta octogonal y ganó desarrollo en altura. Con ello, el perfil del palacio creció en verticalidad a costa de una mayor dureza visual.
El palacio nunca llegó a utilizarse como vivienda. Tras la guerra civil el inmueble fue vendido por la familia Larrinaga a la empresa Giesa, más interesada en la finca que en el propio edificio; de manera que pronto fue adquirido por la congregación de los Hermanos Maristas para su transformación en colegio. Recientemente, el palacio ha sido restaurado y rehabilitado como sede de actividades de una institución financiera.
(Fotografias: Juan Mora Insa, Gobierno de Aragón)