JOSÉ YARZA GARCÍA. 1960. VÍA DE LA HISPANIDAD, 85-87
Los Enlaces
Se denomina así al nudo de la Vía de la Hispanidad en el que se produce el encuentro entre las salidas hacia las carreteras de Valencia, Madrid y País Vasco, y al que se accede desde el centro de Zaragoza a través de la avenida de Madrid.
Por su situación estratégica, Los Enlaces eran el punto de ubicación de una de las principales gasolineras de la ciudad. El aumento del tránsito de vehículos, especialmente pesados, hizo que a finales de los años 50 se planteara la posibilidad de complementar las instalaciones para dar un servicio más completo y adecuado a las nuevas necesidades del tráfico rodado.
Programa constructivo
El encargo que recibe José de Yarza para ampliar la estación de servicio “Los Enlaces” incluye, como elemento fundamental, una instalación de gran capacidad para la reparación y estacionamiento de vehículos pesados, mayoritariamente camiones, que circulaban por la zona.
Se trata de un gran espacio diáfano, abierto por completo en uno de sus lados menores hacia las vías de circulación, y capaz de acoger los diferentes servicios que en cada momento fueran precisos para la atención de los vehículos.
Junto a este gran recinto se ubica el restaurante – bar, en una esquina y en parte bajo la cubierta del umbráculo. Por su situación actúa a la vez como reclamo de la instalación y como elemento articulador entre la gran nave para el aparcamiento y la estación de servicio de combustibles propiamente dicha. Pese a su pequeño tamaño, la horizontalidad de sus formas y la utilización combinada de los materiales de la fachada le confieren un aire moderno y alegre.
El umbráculo
El elemento esencial y el que da relevancia y valor arquitectónico a la estación de servicio “Los Enlaces” es el umbráculo para aparcamiento y mantenimiento de vehículos.
Se constituye como una de las obras fundamentales de la arquitectura zaragozana del siglo XX por diversos motivos. El primero, por dar respuesta a un programa constructivo nuevo, sin excesivos referentes, y hacerlo de una forma solvente y muy satisfactoria.
El segundo radica en la resolución de un problema puramente arquitectónico muy complejo en su aparente sencillez, como es el de la cubierta diáfana de un espacio de tan gran magnitud. Para lograrlo, José de Yarza apuesta por una doble estructura: una fija, a base de grandes pilares triangulares de hormigón armado que forman ocho grandes pórticos; y otra desmontable, mediante potentes cables de acero que crean un plano catenario sobre el que se monta la cubierta.
Todo en esta estructura es sorprendente e innovador en la ciudad, desde los soportes de hormigón en cuidada forma que evoca a la de las pajaritas de papel, pasando por la compleja disposición de cables portantes, tensores y de atado, hasta la ligerísima cubierta de correas de aluminio, fibra de madera y aluminio articulado para el revestimiento impermeabilizante.
El resultado, que recuerda a los hangares para aviones más que a un garaje para el almacenamiento de vehículos, es original, grácil, ligero, luminoso y diáfano, invitando desde su airosa presencia exterior a vivir la grandeza de su interior amplísimo y de enorme versatilidad.