Biblioteca de Aragón

VÍCTOR LÓPEZ COTELO, CARLOS PUENTE FERNÁNDEZ y JAVIER GARCÍA DELGADO. 1984. DOCTOR CERRADA, 22

Refinamiento, sencillez y calidad

No resulta nada sencillo aunar en un solo edificio estos tres valores que los propios autores pusieron como meta de su edificio en el proyecto. La “Biblioteca de Aragón” no aparece a primera vista como un edificio especialmente llamativo. Sin embargo, son muchos los valores que lo convierten en uno de los grandes ejemplos de la arquitectura en Zaragoza en las últimas décadas del siglo XX.

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Un aspecto especialmente significativo del edificio es el juego de volúmenes que lo componen, con un cuerpo más bajo en el área de las salas de lectura, y uno más alto en el de las zonas de servicio y archivo, con el acceso público que actúa como nexo entre los volúmenes principales. El resultado logra integrarse de manera especialmente hábil con un entorno de predominio residencial y comercial que rodea a la biblioteca tanto en la calle de Doctor Cerrada como en la fachada a la plaza de Mariano Arregui.

Refinado, sencillo y de calidad es también el uso de los materiales exteriores del edificio: piedra de Calatorao, tableros de madera contrachapada y revoco, que le confieren variedad cromática, de texturas y táctiles, para un edificio que, tanto en sus fachadas como en sus interiores, parece buscar siempre una afable relación el transeunte y el usuario de las instalaciones.

Biblioteca de Aragon

El placer de la lectura

Una biblioteca debe ser un lugar donde se transmita el placer por la lectura. En este sentido, los autores de la “Biblioteca de Aragón” buscan la máxima funcionalidad para que los espacios de lectura sean luminosos y agradables. Lugares diferentes según los usuarios (niños, universitarios, investigadores…) y, lo que resulta mucho más inusual, según las características de la lectura. Así hay espacios para el estudio, pero también los hay para la lectura de la prensa o para el simple disfrute de una selección de poemas.

Para lograrlo, los arquitectos tienen en cuenta orientaciones, distribución de los espacios (amplios o íntimos según los casos), los materiales, el mobiliario (en algún caso muy poco común en las bibliotecas hasta ese momento) y su disposición, la luz y, finalmente, la integración de la vegetación, incluso por debajo del nivel de la calle, en las propias salas de lectura.

En definitiva los arquitectos transforman en un programa complejo, las necesidades simples que tradicionalmente requerían las bibliotecas, enriqueciendo así sus funciones y poniéndolas en valor. Y lo hacen teniendo en cuenta que la lectura no es algo colectivo sino, por el contrario, un proceso fundamentalmente individual en el que cada persona debe de enfrentarse en solitario con la lectura.

Por supuesto que son evidentes las influencias nórdicas en el trazado de la “Biblioteca de Aragón”, pero no lo hacen mediante una simple imitación, sino a base de una hábil adecuación al contexto urbano y las características del lugar, sobre todo las lumínicas y climatológicas.

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