JULIO BRAVO FOLCH. 1913. MANUEL ESCORIAZA Y FABRO, 45
La empresa nació en 1898 por iniciativa del empresario Joaquín Orús, quien montó una pequeña fábrica de chocolates en la calle de Escuelas Pías 19, en un espacio, por lo tanto, puramente urbano. Poco después trasladó sus instalaciones a la zona del Campo del Sepulcro, entre las estaciones ferroviarias de “Cariñena” y de la “MZA” en una zona de clara expansión industrial a comienzos del XX.
La prosperidad del negocio llevó a su ampliación con un nuevo edificio, anexo a las instalaciones iniciales. Del proyecto se encargó, en 1913, Julio Bravo Folch.
Funcionalidad y representatividad
El edificio de chocolates “Orús» proyectado por Julio Bravo es, además de uno de los más hermosos de la arquitectura industrial zaragozana del siglo XX, un claro ejemplo de fábrica entendida como imagen de la empresa.
En 1913 chocolates “Orús» era un negocio floreciente y en plena expansión. A la calidad de sus productos unía diversas técnicas para la captación de clientes, desde publicidad hasta la inclusión de pequeños obsequios (como cromos). En este contexto, al encargar la nueva fábrica se pone tanto cuidado en su funcionalidad como en el hecho de que el edificio manifieste la excelencia de los chocolates que en ella se manufacturan.
Desde el punto de vista funcional, el edificio, de tres plantas, contaba con instalaciones adecuadas para todas las fases de la producción del chocolate, desde trituradoras o mezcladoras hasta bodegas para su enfriamiento, además de las dependencias administrativas. Para ello, el arquitecto plantea un inmueble a modo de gran nave muy diáfano y ampliamente iluminado.
La vertiente representativa empieza por la propia elección del arquitecto, Julio Bravo Folch, un profesional que ejercía como arquitecto provincial de Zaragoza, con un sólido prestigio y una amplia obra de calidad en la ciudad. El encargo incluía la voluntad de que el edificio expresara la vitalidad y potencia de la empresa y que fuera su auténtica imagen de marca.
Julio Bravo cumplió a la perfección con el encargo proyectando un edificio a la vez robusto y airoso, en el que la solidez del ladrillo queda enriquecida por el abundante acristalamiento, el uso de la cerámica y un repertorio formal de gusto “afrancesado” que culmina en los dos airosos torreones de remate aquillado de los extremos.
La importancia dada a la imagen del edificio no debe entenderse como una contradicción con su carácter industrial. Es, por el contrario, algo lógico, buscado y deseado teniendo en cuenta su carácter de fábrica de bienes de consumo (como ocurre con galletas “Patria”) que destina sus productos directamente a un consumidor final al que debe de captar. Algo muy diferente de lo que ocurre con las grandes empresas de bienes de producción, en las que la apariencia estética de las instalaciones no tendrá mayor incidencia en sus ventas.