JOSÉ DE YARZA GARCÍA. 1947. COSO, 15
En la segunda mitad de la década de los años 40 el cine se convierte en el gran espectáculo de masas y empieza su época de esplendor. En apenas unos años en Zaragoza se abrieron casi una veintena de locales cinematográficos de muy diverso carácter, desde los elegantes cines de estreno del entorno del paseo de la Independencia, hasta los más modestos y populares que se repartían por todos los barrios de la ciudad.
Apenas tenía competencia en otros medios de entretenimiento. Ni el deporte, ni los festejos taurinos, ni la radio, ni por supuesto la televisión que aún tardaría más de una década en llegar a las casas de los zaragozanos, rivalizaban con el cine como medio de diversión. El esplendor creativo de las grandes productoras norteamericanas tras la II Guerra Mundial contribuyó a este fenómeno.
Las salas de cine eran lugares casi mágicos en los que durante unas horas resultaba posible escapar de las duras condiciones de vida de la posguerra española. Los locales que se construyen en el centro de la ciudad en aquellos años evidencian la intención de envolver al espectador en un ambiente confortable y colorista, con un diseño alegre que ayude a potenciar las emociones de las propias proyecciones.
En 1947 José de Yarza García, un arquitecto que con el paso de los años se convertiría en uno de los máximos especialistas zaragozanos en el diseño de cines, proyecta su primera sala cinematográfica: el cine Coso, un local que aun sin alcanzar la riqueza formal que tendrían otras de sus obras posteriores, ya apunta hacía unas formas orgánicas, un uso adecuado de los materiales, un cuidado en la distribución de los espectadores y una originalidad destacable en el contexto de la arquitectura local.
La sala tenía capacidad para 750 espectadores, un aforo intermedio entre las grandes salas de estreno y los locales más populares como correspondía a este cine que pretendía situarse en un escalón intermedio de los cinematógrafos zaragozanos.
El acceso se llevaba a cabo a través de un amplio pasaje, en una solución tantas veces repetida por cuestiones de ubicación de este tipo de locales en su manzana de casas correspondiente, y reservaba la principal atención del autor para la sala de proyección. En ella, la bien tratada iluminación de la cubierta le daba a esta un aire casi orgánico. La pantalla llamaba la atención por el marco de lámparas con conchas de alabastro que la rodeaba. Esta pantalla inicial, pensada para el formato prácticamente cuadrado del cine hasta los años 40, sería más adelante sustituida por otra panorámica adaptada a las nuevas proporciones del sistema cinerama nacido a comienzos de los años 50.
(Fotografías: El desván de Rafael Castillejo)