CARLOS LALINDE LAÍTA, RAMÓN MINGUELL MINGUELL y JOSÉ MANUEL PÉREZ LATORRE. 1990. ISABEL LA CATÓLICA, 6
La última de las grandes sedes que la Caja de Ahorros de la Inmaculada levantó en el siglo XX se construyó en parte del solar de lo que había sido el recinto de la Feria de Muestras, en el paseo de Isabel la Católica, al igual que la Sala Multiusos, el Auditorio y un centro comercial.
Sus precedentes más inmediatos por lo que respecta a las sedes principales de la Caja de Ahorros de la Inmaculada eran la proyectada por José Romero Aguirre en la calle de Don Jaime I en 1961, y la de Ramón Minguell en el paseo de la Independencia, de 1981.
El propio Ramón Minguell, en este caso en colaboración con Carlos Lalinde y José Manuel Pérez Latorre (autor, a su vez, del Auditorio), se encarga de este trabajo que sigue en la línea de búsqueda de una imagen de modernidad y dinamismo que ya se había puesto de manifiesto en los dos precedentes aludidos.
Llama la atención la gran superficie acristalada en planta curva que protagoniza visualmente el edificio. La solución recuerda a la del paseo de la Independencia aunque en este caso el trazado curvo y el aislamiento del edificio le confieren una mayor fuerza expresiva.
El uso de este tipo de superficies acristaladas es recurrente en las grandes sedes de las instituciones financieras de las últimas décadas del siglo XX (como se comprueba también en los edificios de Ibercaja de la plaza de Paraíso o los bancos de Bilbao y Madrid en la calle del Coso). Su intención, en contraste con las sólidas y clasicistas propuestas de décadas anteriores, es la de transmitir una imagen de modernidad y diafanidad que atraigan a un cliente que ya no ve a las instituciones bancarias sólo como un lugar para el ahorro sino también para el consumo.
Las superficies acristaladas contrastan con la fuerza, casi brutalista, de los sólidos muros, cerrados y de gran rotundidad de diseño que le aportan al edificio una oportuna imagen de firmeza.
El edificio se beneficia visualmente de una ubicación privilegiada, casi exenta, que le proporciona una gran fuerza expresiva y una generosa multiplicidad de puntos de vista para su contemplación.
Por el coste que tuvo y su emplazamiento me parece una gran oportunidad perdida para haber dejado otros edificio icónico en la ciudad. Es un conjunto abigarrado, muy pobre compositivamente y nada esbelto, con un diseño estético muy básico, nada elaborado y nada innovador. Esas torres esbozadas, asbsolutamente monótonas y apelotonadas son todo lo que no se debe hacer en una buena composición estética. Todo lo contrario que la torre aledaña de la antigua Feria de Muestras con multitud de texturas y contrastes que ya es un hito moderno indiscutible de la ciudad o el mismo Auditorio, también de Pérez Latorre que sin caer en la ornamentalidad ( que me parece por otra parte muy reivindicable) sabe jugar con los elementos estructurales, formales, materiales y cromáticos para hacer un bello edificio de concepción clásica pero lenguaje moderno. Aunque cuidando algo más el entorno ( potenciando esas láminas de agua que rodean y que hacen resaltar mucho más el edificio) y habiendo explotado algo más los contrastes cromático/materiales y formales el resultado podría haber sido más espectacular. Una oportunidad perdid para dejar la última gran torre/s zaragozana/s del siglo XX ( una torre exenta, aunque hubiese sido vanguardista,que no es desde luego mi arquitectura favorita, con una decoración a lo Mondrian, con algún tipo de remate/mirador que hiciera de contraste también formal/ estructural o algún tipo de arquitectura metafórica o futurista, una torre de cristal con forma de flor, se me ocurren por ejemplo). En fin, una pena.
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Gracias por tu comentario, realmente muy acertado e interesante puesto que nos permite reflexionar sobre un inmueble que, como muy bien apuntas, no llegó a dar respuesta satisfactoria a un reto que ofrecía importantes posibilidades.
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